lunes, 26 de enero de 2009


Mirando a través de la ventana del tren, veía el discurrir de campos cruzar veloces ante ella, tocó con la mano el libro abierto que descansaba en su regazo, sin ganas de volver a retomarlo, su pequeña voz interior, esa que siempre le hablaba y que ella, para no variar, ignoraba casi siempre, la estaba machacando una y otra vez durante las casi tres horas que duraba ya el trayecto, que si era una inconsciente, que si parecía mentira a su edad tan poco sentido común y lindezas semejantes. Suspiró una vez mas y se alisó el pelo con la mano, intentando alejar la dichosa voz de su mente, le dijo claramente que ya estaba decidido y que no la quería escuchar mas.

Abrió su bolso de mano y sacando un espejito de dentro, se arregló el maquillaje una vez mas, cogió el móvil y leyó de nuevo el mensaje que él le había mandado horas antes, cuando ella le notificó la hora aproximada de llegada. Tan sólo unas pocas instrucciones de cómo llegar al hotel, el número de habitación y lo que debía hacer al estar frente a la puerta de la misma. Se removió inquiera en su asiento, y guardándolo todo dentro del bolso nuevamente, miró a su alrededor, observando las caras de los que eran sus compañeros casuales de viaje, él le había dicho que a lo mejor estaría con ella en el tren, o tal vez no, ¿Cómo saberlo? No había visto ni siquiera una foto suya, solo conocía de él su voz al teléfono y lo que le escribía a través de la red, en las interminables charlas que tenían cada noche desde que sus caminos se cruzaron, solo sabía lo que él le había querido contar en ellas, aún así, aceptó la propuesta que le hiciera una semana antes. Quería verla, pero solo bajo sus condiciones, que ella lo viera a él o no, ya lo decidiría en su momento. Y allí estaba ella, sentada en un vagón de tren camino de Madrid, sin nada mas que unas instrucciones en un mensaje de móvil.

En el altavoz anunciaron la llegada a la ciudad en un minuto y ella se dispuso a prepararse, para lo que su vocecilla llamaba, la mayor tontería que había hecho jamás.

Salió de la estación y cogió un taxi, le dio la dirección al conductor, se distrajo mirando las calles soleadas de aquel día de verano, que para bien o para mal, no creía que pudiera olvidar fácilmente. El conductor tuvo que decirle dos veces que habían llegado, le abonó la carrera y se bajó del coche, miró el alto edificio de estilo modernista, y dando otro suspiro para darse ánimos entró en él, tal como le habían dicho, al identificarse en el mostrador de recepción, le entregaron una llave, se dirigió a los ascensores y una vez dentro pulsó el botón del tercer piso, tan solo al salir ya vio la puerta con el número al que debía ir, se dirigió decidida a la puerta.

Una vez ante ella, dejó su bolso en el suelo, junto a la pequeña bolsa de viaje, sacó de ella un pañuelo negro con el que se vendó los ojos, se puso de rodillas ante la puerta y llamó con los nudillos en ella.

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