lunes, 12 de enero de 2009



Estoy sentada en la arena de la playa, a mi espalda, una pequeña cabaña de troncos situada al final de la arena, aún cubierta por las tinieblas de la noche, que no tardarán en desaparecer, cuando el sol, ya naciente frente a mi, derrama sus cálidos rayos bañándolo todo con su luz. Miro con calma hacia el horizonte, buscando en su fina línea la vela de su barco, se que hoy vendrá a mi, ese presentimiento me despertó antes del alba, estoy convencida que la suave brisa de la noche, me trajo su aroma, como fiel amiga, que me avisa de su llegada. Desde entonces estoy aquí sentada, esperando paciente su regreso, con el corazón alegre por la certeza de volver le a ver.

El sol ya está en lo más alto, casi alcanzando su cenit, sigo aquí, sentada y sola con mi esperanza, esperando, como cada día de mi vida. Cuento las horas que estoy si él, y las marco en la arena, mirando las marcas pienso: “por cada minuto un beso, por cada segundo una caricia”me sonrío ante la idea, y me digo a mi misma, que es una forma de ponerme al día, no quiero que se pierda ningún beso o caricia, por el simple hecho de estar lejos de mi, a fin de cuentas, no existen los días de su ausencia cuando me basta cerrar los ojos para sentirle junto a mi, abrazándome desde atrás, rodeándome con sus brazos, sintiendo su aliento en mi cuello segundos antes de notar la caricia de sus dientes en mi piel, de escuchar su voz junto a mi oído que me nombra, de sentir el calor de sus manos sobre mi piel desnuda, que despierta de su letargo, sedienta de caricias, de sus caricias.

Vuelvo a abrir los ojos, oteo de nuevo el horizonte, ninguna vela que le delate, sólo el mar en su constante vaivén, sigo sentada en la arena, sola con su presencia, por que él está siempre conmigo aunque no le tenga frente a mí, cada pequeño detalle de esta isla, de su isla, me trae su recuerdo. El aire tiene el aroma de su piel, el susurro de las hojas es su voz, las aguas del estanque me invitan a zambullirme en ellas, profundas y tranquilas como sus ojos, la verde hierba me acaricia al tumbarme sobre ella como sus manos.

Me levanto de un salto. ¿Aquél puntito del horizonte es lo que creo que es? ¿o son mis ojos que ven lo que quieren ver? Espero expectante que se acerque. Le rezo a todos los Dioses que conozco para que sea la vela de su barco. Un grito escapa de mis labios, mis manos cubren mi boca, callándola con su gesto, la vela se acerca en línea recta hacia la playa, cada vez mas cerca, mi corazón brinca alocadamente en mi pecho, “ es su vela, es él” repito la frase mentalmente una y otra vez, como si fuera un salmo de agradecimiento a algún Dios bondadoso que quiso escucharme.

El barco atraca a una distancia prudencial de la orilla, veo como un bote es bajado al mar y en su proa, de pie, veo su figura recortada contra el cielo claro del mediodía, cada vez mas cerca, hasta que llega a la orilla y toma tierra de un salto. Yo sigo de pie, callada, expectante, con el corazón latiendo ya como un loco, abre sus brazos y oigo su voz, fuerte y segura, ¿Así es como me recibes boba?”.

Abro los ojos de golpe, ya no hay islam, ni mar, ni barco, sólo la calle que rodea el banco donde le espero sentada, allí, enfrente está él, mirándome con ese gesto medio burlón que tanto me gusta, me levanto de un salto y corro hacia él, me refugio en la seguridad de sus brazos y me dejo llevar por la pasión de sus besos, por el ardor de sus caricias, y rindo mi cuerpo contra el suyo, pues ya estoy en casa, en la única patria que adoro y deseo.

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